jueves, 3 de mayo de 2012

El antípoda


De algún modo “los antípodas” es un juego más social – no podría decirse que un juego de salón – si se compara con otros, tan solitarios. Nació, sin duda, de una personal interpretación de la ley de la gravedad y de la atracción que generan entre sí los hemisferios de Magdeburgo, más el agregado fantástico – deducido de no sé qué relato – de un doble que nos espera en otro siglo o en la luna.
Nunca supe bien si este personaje era idéntico, análogo o complementario. Cuando quise pensarlo ya era un hecho: la conducta y el movimiento humanos habían sido engarzados por mí en un teorema indemostrable: “La fuerza de los dobles opuestos nos sostiene”. En otras palabras: el habitante que está en el lugar opuesto de la tierra se sostiene en su lugar y me sostiene gracias a la mutua fuerza de atracción que opera desde nuestros cuerpos y que podría dibujarse en una línea que va desde sus talones a los míos – y viceversa – pasando por el centro de la tierra. Cuando él se desplaza, me desplazo; cuando me arrojo al mar, se arroja o cae al mar; cuando viajamos, viajamos en direcciones contrarias para permanecer en la misma referencia. ¿Se puede pedir un desencuentro más encontrado, una oposición menos opuesta? Nuestros gestos tienen una respuesta simultánea y nuestros actos nos comprometen en una complicidad desmedida (¿cómo podríamos realizar actos distintos con los mismos ademanes?). Claro que no se sabe quién tiró la primera piedra, puesto que cada uno está tirando la suya, pero se advierte cuándo la iniciativa fue propia y cuándo ajena en el matiz de desgano o arrebato con que se inician y conducen las acciones. Y no se suponga que con esto pretendo librarme de responsabilidades o eludir culpas y castigos. Jamás he dicho: “Me arrastraron a eso”, como otros que parecen ignorar el teorema, aunque a veces, realmente, haya estado a punto de exclamar: “¡Vamos! ¡Detente! ¿Adónde vas, que nada te detiene?”.
Bueno, lo cierto es que en aquel entonces me encerraba en mi cuarto (él, “el antípoda”, se encerraría en el suyo). Desplazaba un pie lentamente. Me detenía. Daba unos pasos. Tendía la oreja para escuchar el choque que se produciría en el centro de la tierra (con el tiempo descubrí que el eco no es otra cosas que esta clase de choques); daba un salto y continuaba lanzándome en complicadísimas gimnasias que significaban vergonzosas burlas y que ahora no puedo recordar sin remordimientos. Una vez, por ejemplo, me colgué de la lámpara, me balanceé como en un columpio y desde el otro extremo salté en un salto mortal hacia el vacío de la cama, gritando: “Sígueme, si puedes”. Me abrí la cabeza contra la arista de la mesa de noche. Tenemos actualmente la misma cicatriz, un pálido recuerdo que se aviva  con las grandes tormentas. Claro que se vengó, ¡y cómo!
A pesar de todo, sé que lo hubiera amado. ¡Es una lástima! Nuestro amor podría haber sido el único indestructible. Se nos desgarra el corazón cuando pensamos que no nos encontraremos jamás de este lado del mundo, ni de aquél. Sólo podemos intentar amores que comienzan como si nos hubiésemos encontrado, amores que nos hacen perder la gravedad y nos arrebatan por el aire como ángeles, hacia las alturas. Pero la pareja que hemos buscado no nos sigue. Restringida a la ley de la atracción de los cuerpos, desconoce las reglas de los antípodas y se queda en la tierra, o parte con rumbo desconocido, llevada por la atracción universal. Únicamente este final se asemeja en algo a nuestra situación permanente. ¡Es triste!
No existen más que dos soluciones:

Una consistiría en conseguir un ángulo de 180º que empezara a cerrarse, irrevocablemente, pero cuyos lados nos permitieran apoyarnos a medida que nos acercáramos, hasta encerrarnos un buen día, sin ninguna salida, entre sus resistentes paredes. Pero ¿no es esto lo que sucede habitualmente con todas las parejas?
La otra solución de la que hablaba, y que es la que prefiero, la que preferimos, sería excavar hasta encontrarnos en esa masa ígnea, en esa pepita de fuego que está sepultada en el interior del globo, y arder, arder en un fuego mutuo hasta consumirnos en la misma llama.

12 comentarios:

Noelplebeyo dijo...

ya sabes que en las antípodas se cruzan los caminos

eMiLiA dijo...

Olga Orozco.

.:.

"... caigo muerdo el piso y todo bien, una más para el ayer porque todo es un quizá..."
Suena la música de fondo. "Todo es un quizá". Mascullo una maldición por algo tan nimio como que esta nueva plantilla del blog no me deja subir fotos. Sonrío por lo inocente de mi maldición. Agradezco no tener que maldecir por otras cuestiones. "Porque no entendiste lo que canto. Fuimos verso, puro espanto, corte y quiebre sin bailar...". Recito al unísono el poema de Benedetti y tomo conciencia de que ya nada más le voy a dedicar. Intento sopesar esa sensación: es la libertad (y el pavor). Acallo la pregunta: ¿Y si no siento más? Entonces no importará que esta mierda de plantilla no acepte que suba fotos porque nada más tendré para decir(le). Muevo la mano como si espantara una mosca y alejo esa cruel idea. No tengo más deseos de escribir. Quiero tomar mates y no pensar. Y en esas andamos en estos días...



http://www.youtube.com/watch?v=bN8jH_k3SpQ&feature=related

"... la ironía de pensar que ya no te quiero tanto. No te quiero... voy errante".

eMiLiA dijo...

No, querido Noel, este antípoda debe cumplir su destino de permanecer en su vida diametralmente opuesta a la mía. Está escrito en algún libro de esos que nadie lee.

hana dijo...

oye... ¿cómo sabes que este antípoda debe cumplir su destino? ¿no será que se lo estás imponiendo tú?
mejor toma mates y no pienses, o si acaso piensa que todo es el resultado de la atracción universal que llega a atravesar la masa ígnea y nos toca, opino

saludos

eMiLiA dijo...

Sí, hana, se lo impongo yo. Se lo exijo, se lo imploro, se lo ruego. Años, casi tanto como los vividos, deseé la coincidencia en tiempo y espacio. No pudo ser. Ahora que al fin comprendo la realidad, quiero buscar la vida.

:)

Darío dijo...

Tome mate, mientras otro "antípoda" comienza a prepararse en alguna isla del mundo...Abrazo.

josé ángel dijo...

Aquí desde tus antípodas, me siento reflejado..o mejor dicho me hubiera gustado ser el susodicho. Y lanzarte una cuerda ignífuga a través del centro de la tierra...con la finalidad de que, según está escrito en el libro de la nada..nos consumiéramos en las llamas del centro de todo..ese aleph que perseguimos y se escapa por los caminos...ese lazo de arena que albergaría tan solo una luna llena. Una luna llena de tus sonrisas y de mis pesquisas por conseguirlas. Sepa usted, que me gusta...mientras tanto, me prepararé un mate...para nuestra próxima partida de ajedréz. Pd: no me gustó nada la acrobacia desde la lámpara.

Jordi Guerola dijo...

Mi antípoda geográfica es Nueva Zelanda. Espero envejecer allí.
Abrazo no parlamentario.

efa dijo...

El tono casi ensayístico me parece
bárbaro.
Realmente disfruto tus incursiones por la prosa.
Saludos al doble opuesto.

Conciencia Personal dijo...

También apostaría por la segunda solución. Y si nuestra pareja no nos sigue, decía Huidobro, hay que comer locuras...

Un abrazo, Monique.

Don Julio dijo...

Qué claúsula irrevocable afirmás y reafirmás y firmás a través de tu blog. Hoy que ya sabés que no pudo ser, te dedicás a buscar la vida. ¿qué otra cosa, sinó vida, fue lo que pasó por vos y por tus pupilas, y por todo tu ser en esa necesidad de hacer coincidir tiempo y espacio?
Si, claro, yo te entiendo.
Y yo también como buen coterráneo y no tan terráneo sino más bien aguado por el río, porque no soy de Tacuarembó, podría recitar en letanía el poema del Mario. Fijate que tomarse un café en el hispano ya no es lo mismo. Hay todo un gris montevideano que no es igual. Cuando se fue el hombre, yo laburaba del lado tuyo del charco. Pero yo voy pa delante. Tanta poesía no fue en vano. En vez de repetirme táctica y estrategia...como que la rezo.
Vos sabés.
Vos sí que sabés.
Vos sabés bien.
Pero elegir se elige con lo que no se vé a simple vista.
Los griegos sabían.
Vos también sabés, por eso me extraña tu declaración de "bajé la cortina" No te creo nada, en resumen.
O capaz que sí y en cualquier momento mientras buscás la vida te encuentro por estas costas reencontrándote.
Por lo demás, el ensayo, la idea, es excelente. Fina, sutil. Hasta dulce en su amargura. El desencuentro como forma y contenido para el encuentro.
Mi abrazo, sentido, de al otro lado del charco. Ni siquiera pretendo ya, estar del otro lado del mundo. Ni me pongo a pensar en una comunicación talones a talones. Lo mío es un abrazo que brota de las manos buscando tus omóplatos.

Nicus

Javi dijo...

En cierto modo, todos somos egoístas y buscamos la felicidad. A veces la conseguimos con alguien específico, otras, no.

Las decisiones son siempre difíciles, pero si crees que te hará bien, es lo mejor que has hecho.

En estos momentos, escuchar a Glen Hansard o a los Decemberists es una buena opción ;)

No lo dije, pese a todo, el relato es increíblemente bonito.