“Toda historia de amor tiene un final feliz, sólo hay que saber cuándo parar de contarla.”
.:.
No recuerda bien si la frase la escuchó en los caprichos del aire o cayó ante sus ojos dibujada en una hoja con más borrones que certezas. Lo que no pudo negar es que, al instante, esas palabras se adhirieron a su cabeza a la manera de toca o adorno primaveral.
Amores felices. Amores. Amores con finales. Finales felices. Jugueteó con cada término con la clara intención de eludir el recuerdo. Amores felices. Amores. Amores con finales. Finales felices… vos. Subrepticiamente se acercó su imagen y ella maldijo la debilidad del ejercicio sintáctico. He sido tan feliz contigo. Tarareó y sonrió. ¿Lo he sido? No supo qué pensar. Si todo final feliz es directamente proporcional al instante en que se le da finalización…, esbozó un intento de pensamiento lógico. Nada tenía sentido. Esa historia tuvo varios principios y finales. Ahí residió el error. Si hubiera finalizado cuando apenas eran niños y la historia no tenía tinta ni para ser dibujada, quizás sí hubiera sido posible la felicidad. Pero no. Un nuevo principio y lo cíclico del desatino. ¿Y ese otro final? Tan abrupto, tan absurdo, tan… La felicidad se fue deshaciendo a golpe de memoria por lo que cree conveniente detener enumeraciones. Aunque el juego ya se inició, el corazón volvió a abrirse y sabe que cuando esto sucede no se cauteriza así como así. ¡Dios! ¿Otra vez? Aquí se confunden los sentidos y se confía en la eternidad. Esta vez es la definitiva, jura. No. Otro final sin perdices. Entonces esto es todo. Abajo la teoría del corte a tiempo. No aprenderé nunca a retirarme a tiempo. Agotada de escarbar en intentonas se da un golpecito correctivo en la sien izquierda y asume la derrota mayor. Soy una pésima narradora de cuentos de hadas, sentencia. Sabe bien que vinieron otros roces, otras miradas, algunas lastimaduras y varios adioses de cotillón con la confianza del hasta luego. ¿Para qué? Ya no debo contar esta historia que nunca supo tener final feliz. Baja la cabeza, otea en el horizonte del pasado y se auto convence que nada de lo dicho o hecho, ninguna precisión temporal, menos aún la reticente magia podía lograr algo con ellos. Eran un caso perdido. Eran dos almas perdidas que buscaban respuestas en la ventanilla equivocada. Knock, knock, knocking on heaven´s door. Será otro cielo, se prometió. Encarama su mirada, palpa sus ateridos miembros y en un gesto insolente contradice a Kafka: hay esperanzas y una de ellas es para mí.